Nunca había vivido una despedida como para decidir si las odiaba o no. No ha tenido que despedirse de nadie cuya ausencia le iba a taladrar el alma día a día durante lo que sería un interminable mes en tierras germanas, el retorno a su patria, ese que tanto quiso y que ahora se plantea mientras hace cola para facturar las maletas. Aun puede dar marcha atrás, devolver la beca y volver a casa.
Inconscientemente aprieta su mano. Su mente está confundida por un corazón que clama un "Huye" y una profesionalidad que pide a gritos que siga adelante. Él le sonríe con dulzura, leyendo en sus ojos el dilema que se forma poco a poco en su interior. Y se inclina dándole un beso en la comisura del labio, con cariño, mientras susurra en su oído: "No te preocupes, te estaré esperando cuando vuelvas". Él se gira y le abraza, aguantando las ganas de llorar, conteniendo las lágrimas que se asoman a sus ojos. Definitivamente odia las despedidas.
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